jueves, 27 de marzo de 2008

Ya no



Ya no será.

Ya no.


no viviremos juntos

ni veré hacerte

la mujer que te soñé.


No criaré a tu hijo

no te tendré por las noches

no te besaré al irme

ni me alegrará tu vuelta.

Ya no


Ya no hay hoy

Ni mañana

Ni tal vez

Ya ningún amanecer

Traerá esperanza

Ni ningún atardecer

Regalará su magia


Nunca sabrás quien fui

Ni por que

No llegaré a saber

si era verdad

Lo que dijiste que era

Lo que mil veces juraste

Ni verás ser

lo que yo juré

Ya no.


Ni sabré

como hubiera sido

Lo que no fue


Pero sabremos como es

Lo que nunca debio haber sido

Ya no soy mas que yo

Para siempre y tú

Ya no serás para mi

Mas que tu

Más que algunos instantes vividos

O no


Dos extraños

Por ahí

Solos

Aun acompañados


Ya no estas

En un dia futuro


No sabré quien eres

Ni donde vives

Con quien

Ni si te acuerdas


No me abrazaras nunca

Como esas noches.

No volvere a regar tu cuerpo

Con mi sudor apasionado

Ya nunca


No veré tu cara arrugada

Tenderse junto a mi vejez


No me veras partir

Ni sabremos si compartimos

Aun este mundo

No te veré vivir

No me veras morir

No, ya no

martes, 25 de marzo de 2008

¿Como pasó?















¿Cómo pasó? ¿Cómo puede existir un crimen tan perfecto?

Si no hay culpables ni asesinos.

¿Habrá muerto de viejo?

¿Habrá querido suicidarse?

¿Habrá pedido ayuda y no lo habremos escuchado?

Lo imagino solo, el pobrecito agonizando.

Intentando respirar mientras le tapábamos la boca para no escucharlo.

Para no sentirnos culpables.

Gritando alaridos sordos, mientras era cada ves más débil.

Hasta quedarse sin fuerza, sin ser capaz de mirarnos a los ojos.

Se fue sin saludar, sin despedida.

Es verdad que otras veces estuvo enfermo.

Que sufrió y encontró cura, ¿o creyó encontrarla?

Murió como mueren los grandes, dando pelea.

Todavía lo escucho gritar del más allá.

No me recrimina, no me culpa.

Es sabio, sabe que el tiempo mata despacio

Como de repente crea.

Me agradece por los momentos felices que le dimos.

Por haberlo dejado entrar a nosotros.

Te acordás, era tan fuerte tan orgulloso.

Tan inmortal que murió y se llevó demasiado con el.

Y sabes que me dijo.

Me dijo que nunca nos va a olvidar.

Pero nos advierte que para no olvidarnos

Nosotros no tenemos que olvidarnos nunca de el.

Yo le dije que puede estar seguro de que eso no iba a pasar.

Pero tengo miedo.

Es que tantas veces le mentimos.

Y desde allá, desde el cielo de los amores

Nos desea suerte y dice que nos ama.

Que nos amará por siempre.

domingo, 23 de marzo de 2008

La puerta se cerró separando los mundos. El cerró sus ojos para olvidar esa triste imagen, haciendo fuerza para retener ese ultimo beso que con tanta tristeza se quedó pegado en su boca eternamente. Esa cara, esos ojos que como dos ríos de lava incendiaran su alma de reproches, quedaban ahora del otro lado de la puerta. Abismo infranqueable que en escasos centímetros separaba el mundo de lo que fue y lo que será. Dejando en su alma el reproche de lo que nunca más será.

La puerta de un coche que se cierra y su motor desvaneciéndose en la distancia. Y luego el cruel silencio de la casa vacía de muebles, vacía de vida, de futuro. La nada acompañándolo, mimetizándose con él hasta atraparlo y volverlo nada también. Y una nube de desconsuelo entró como una tormenta de verano en aquel invierno que se prolongó demasiado.

Pronto surgieron de entre esa nada los duendes del pasado que jugaban silenciosamente con los recuerdos, alimentándose de ellos hasta empacharse, vomitando preguntas sin respuestas en cada centímetro del piso inundado en lagrimas que él regaba todas las noches. Pedazos destrozados de un pasado por acá y por allá. Él se aferraba a la nueva vida que el destino le imponía y luchaba salvajemente arrojando contra la pared a cualquier recuerdo que se le atreviera a plantarse delante . Destrozando con uñas y dientes, con bronca impotente, a todo aquello que le recuerde la felicidad que yo no tenía. Asesinando los momentos con promesas falsas. Mintiéndose a cada instante con la falsa seguridad de aferrarse a la mentira innegable de ya no ser. De no querer ser. Y aquel pedazo de cielo se transformó en un cementerio de recuerdos rotos, de momentos muertos que no podían ser enterrados. Pronto la suciedad volvió inhabitable aquel pequeño paraíso construido pacientemente por aquellos simples momentos que durante todos sus años felices los hicieron quienes serían.

Y un día sin fecha entendió que ese lugar no era el de él. Que siendo de ellos no era de ninguno de los dos, sino de ambos. Convivió en aquel desierto de despojos durante algunos días procurando estar ajeno a los fiestas de recuerdos que por las noches se celebraban en honor a ellos, hasta que no soporto más. Hizo también sus valijas llevándose solo lo necesario. Dejando el arcón de los recuerdos en la esquina más olvidada de la casa junto con el polvo, la suciedad y los pedazos rotos de una vida que dejaba atrás.

Y el también partió cerrando la puerta que separaba los mundos. Dejando encerrados aquellos recuerdos de un pasado que parecía en ese momento tan lejano como ajeno. Y así partió liviano de equipaje hacia lo incierto del destino que no era cierto. Y así, lejos de aquel mundo de triste felicidad volvió a reinventarse, llenando de ruido sus días para no escuchar las campanas que desde el pasado sonaban llamándolo a celebrar cada día la misa de las dos de la mañana. Viviendo rápido porque aquel arcón olvidado podría cobrar vida propia y salir a buscarlo. Porque, de algún modo, el también pertenecía a aquellas cosas encerradas allí adentro. Estaban hechos de lo mismo. Porque eran lo mismo. Pero lograba escapar con agilidad. Porque a pesar de ser el mismo, quería ser otro. Escapaba simplemente no estando.

Los días pasaban rápido y sin demasiado sentido, alguno incluso le trajo algún que otro momento de felicidad. Pero no había con quien compartirlos de la forma en que compartió su lejana vida. Y corrió, un poco más lejos cada vez, cada vez en que ella volvía insolentemente a arrancarle un sentimiento desde la nada, desde el lugar en que se encontrare. Y sus fuerzas palidecían ante el brutal poder de la divinidad que juntos habían creado. Aquel dios de amor que durante tanto tiempo habían venerado en un altar hecho pacientemente de caricias, besos, pasión, y de vida compartida con el deseo de que sea eterna, les juró venganza. Descargó su furia contra él, atormentando sus días. Castigándolo por haber jurado en vano, por haberlo creado desde la nada solo para decirle que no lo necesitaba más, que no lo quería ver, por echarlo cada vez que intentaba hablarle. Por haber sacrificado en aquel altar tanta vida, tantos sueños, tantos deseos. Por haberle rezado entre lágrimas muchas veces en el pasado que nunca los abandone. Y justamente por eso el díos era fuerte, por eso se sentía con derecho a vengarse. Y como compañía por la soledad que él empezaba a sentir le envió a aquella prisión de recuerdos, aquel arcón triste e insistente, que finalmente encontró su nueva casa, y sin que él lo sepa se lo acomodó invisiblemente a una de las habitaciones vacías. A esperar allí su momento. A hacerse presente en cada silencio, en cada noche de soledad que compartía con la ausencia que ella le había dejado. Aquel nuevo refugio pronto dejó de serlo, profanado nuevamente por los fantasmas del pasado que día a día se apoderaban de sus horas muertas. Comprendió que no estando podía escapar, pero al terrible precio de no ser.

El arcón de los recuerdos ya tenía vida propia. Sin que él lo sepa se apoderaba cada vez más de su ser, silenciado el ruido en el que vivía. La magia de aquel dios de amor se refugiaba en esa caja invisible de madera, cuero y metal oxidado. Se abría en los momentos más inesperados para dejar escapar imágenes, aromas, recuerdos y toda clase de sentimientos insolentes. Impertinentemente ella volvía a su vida tomando las formas más inverosímiles. Inundándole desde aquel arcón las horas con su pasado de grandeza y felicidad. Durante la noche una nube encantada salía desde su tapa entreabierta y trascendía el mundo real para entrar en sus sueños. Para habitar aquel mundo irreal donde aquel amor nunca había muerto y lejos estaba de hacerlo. El mundo de los sueños, donde todo es posible y nada está prohibido.

Durante el día había seres que se negaban a volver a aquel rincón mágico y trágico, lleno de pasado y lo perseguían como malvados fantasmas acusándolo por no poder llevar nuevos momentos a aquel ya triste rincón de vida congelada y de tiempo detenido. Sus gritos lo atormentaban hasta arrancarle lágrimas a sus ojos ya secos. Castigándolo por un crimen del que no fue totalmente culpable. En parte llegó a comprender e intentó purgar su alma de aquellos pecados con olvido. Pero malditos verdugos se lo impedían día a día echando sal en las heridas y alcohol al fuego que no dejaba de quemarle en el pecho. Como un cirujano inexperto él intentó desmenuzar aquella etapa de su vida. Recorriéndola una y otra vez, mirándose en los espejos que los fantasmas salidos del arcón de los recuerdos dejaban por toda la casa, que le colocaban en todas las calles que por las que el caminaba.

Se fue consumiendo en la penitencia a la que el no olvido lo empujaba. Forzándolo a vivir rodeado de los hermosos recuerdos que desde alguna vida lejana se le hacían presente desde el más allá. Atormentando cada uno de sus nuevos momentos. Respirando el crudo invierno que le congelaba el alma, exhalando suspiros de felicidad rota, de un sueño destrozado contra un tiempo inclemente e implacable.

Aquellos días le traían el aroma de la libertad a su celda sin barrotes. Sabiendo a humedad y moho, a tiempo detenido justo antes de que la bala ingresara a su corazón, conociendo lo que inevitablemente le esperaba, pero demorando salvajemente ese momento en ese sufrimiento de saber que ya pronto no sería, pero sin embargo seguía siendo.

Se tendía cada noche rogándole a ese dios insensible que termine aquella agonía, que continúe con el paso del tiempo y esa bala dormida ingrese finalmente en su seco corazón aliviando su alma del dolor de los minutos. Pero la venganza de ese dios continuaba día tras día. Sin embargo, comprendía que de alguna manera le debía a ellos su existencia divina, y por las noches le regalaba a él en sueños esos momentos que el destino les estaba negando. Amaneciendo cada día con el sabor de ella en sus labios, con la caricia de su aliento en la cara. Y pronto encontró una razón para seguir. Para levantarse y andar con la esperanza de que la siguiente noche le traiga un nuevo momento para disfrutar durante el día. No los ya mil veces vividos salidos del arcón de los recuerdos. Sino uno nuevo inventado por aquel díos de amor que pese a todo no podía castigarlo sin mostrar algo de agradecimiento por todo lo que durante tanto tiempo ellos dos le dieron. En definitiva le habían regalado su propia vida. Y así vivía el día esperando la noche, y la noche le traía la justificación del día.

Y los días pasaban silenciosos esperando la excusa de la noche. Y los fantasmas negados a volver al arcón de los recuerdos escuchaban esas nuevas historias que él les contaba desde su mundo de sueños; y ellos, le devolvían la gentileza intercediendo ante ese díos benévolo para que le de los momentos que a él le quedaron sin vivir. Con el tiempo logró convencerlos para que hagan que sueñe lo que él quisiera. Su relación de mutua cooperación, él llenándolos con historias cada vez más reales y ellos intercediendo ante el díos de amor, se fue haciendo cada vez más estrecha. Pronto las noches comenzaban siempre con una ceremonia para invocarla a ella en sus sueños. Dejaba que los fantasmas ingresen en la habitación y cerraba todas las puertas y ventanas de modo que no entrara ni una gota de luz. Se acostaba boca arriba en la cama ingresando por el lado derecho, el que había sido de ella, y repetía cuatro veces su nombre en voz alta con la boca apenas entreabierta antes de cerrar los ojos y abandonarse al éxtasis del sueño. Al principio no lo lograba todas las noches, pero con paciencia, práctica y fé logró hacerlo cada vez más frecuente. Logrando ser de a poco el dueño de la mejor parte de su día.

Al principio la soñaba lejana y difusa. Pero un día cualquiera soñó un reencuentro, casual e imprevisto, y de esa forma logró introducirla plenamente en sus noches y en su vida. A partir de ese momento no se separaron más. A la noche siguiente ella volvió tímidamente a su almohada y él la recibió con sus brazos abiertos y cariñosos. Porque sus brazos tenían la forma de su cuerpo para fundirse en un abrazo perfecto. Pasaron breves instantes mirándose, como tratando de reconocerse, pero fueron muy breves, porque rápidamente se dieron cuenta que eran los mismos. Aquellos que siempre estuvieron predestinados a encontrarse para estar juntos hasta la eternidad, aquellos que se habían inventado el uno al otro a fuerza de vivir y desear. Porque sus cuerpos se entendían de memoria, como el agua siempre encuentra el camino hacia el mar. Porque el siempre sintió que la buscaba cuando no la había encontrado todavía. Porque al besarse aquella primera vez, sus labios corroboraron lo que sus almas habían aseverado la noche en que se distinguieron de entre la multitud vacía. La noche en que en cielo se abrió en una lluvia de alegría porque la magia del destino se estaba formalizando. Podrían pasar mil años, crearse y destruirse mil veces el universo, pero ellos siempre se reconocerían a simple vista, como la primera vez, como todas.

Y luego siguieron largas horas hablando, horas que nunca fueron demasiadas porque el maldito sol que alguna vez iluminó sus días marcaba el final de aquella felicidad siempre fugaz. Y él salía nuevamente a una calle ya diferente, donde el aire estaba perfumado del aroma a jazmines que ella le dejaba en su alma. Y el día continuaba su rumbo habitual sumergiéndolo poco a poco nuevamente en la cotidianeidad de lo que solo es siendo.

Pasaba su día reviviendo aquellas palabras, aquellos besos y esos gestos tan suyos, esperando con ansias renovadas la noche que vendría y en la que quizás ella se haría presente para recordarle lo eterno de ese amor. Pero aquel díos del amor a veces se la negaba, recordándole que lo tenía a su merced. Y él que le tenía demasiado respeto la culpaba a ella por no haber venido. Y desangraba en lágrimas su ruego para la siguiente noche. Y aquel dios que le había negado los días le daba nuevamente a la noche siguiente su presencia de excusa.

Cada cambiante atardecer lo encontraba preparando su alma para aquella cita que la noche le traía. Hacía su ceremonia y al cerrar sus ojos, los de ella se le aparecían en los suyos y su alma lo envolvía arropándolo como a un niño para pasar la noche. Se besaban apasionadamente hasta volver a ser uno, entregándose por completo, como estaba escrito. Amándose de esa misma manera que tanta envidia le daba al mundo y por la cual fueran castigados a tener que amarse de esta manera.

Y nuevamente el día que como una pesadilla lo llamaba desde ese más allá que cada vez se hacía más irreal. Pero salía renovado, cada mañana sabiendo que la felicidad estaba ahí, detrás de ese día sobrante. Se quedaba al despertarse tirado en la cama sintiendo como el aire de felicidad que tenían sus pulmones era exhalado a medida que la ambiente del día se iba haciendo presente. La sentía a ella alejarse y tendía su mano para intentar retenerla, pero solo conseguía manotear su espacio vacío, como un niño torpe.

Fácilmente aquellos atardeceres de fuego fueron el momento más esperado de cada día. Marcaban el inicio de su día, como si todo lo demás sobrara, como si de repente el orden de las cosas estuviese cambiando. Aquel momento bendito, en que los pájaros empezaban a buscar refugio para pasar la noche y el sol era devorado por el horizonte llevándose los ruidos y el movimiento del día, le hacían latir con fuerza el corazón, preparándolo para aquel encuentro tan esperado que se acercaba.

Y ella venía trayendo su hermosura inmaculada, dando alaridos de belleza que lograban doler, contaminándolo todo con la pureza que su alma le irradiaba. Y ese amor crecía, se multiplicaba en pasión y promesas, y aquel dios se dio cuenta de la sabiduría con la que había obrado, y siempre les daba una noche más, hasta que finalmente prometió siempre hubo una noche más. Porque el arcón de los recuerdos quedaba con la tapa abierta perpetuamente, para que los nuevos momentos pudieran ingresar.

Así pasaron los días, y por sobretodo las noches en las que con tanto amor justificaron el dolor pasado. Y las pesadillas de las mañanas un día dejaron de serlo, porque el día contenía lo vivido en la noche. Porque era producto de la misma. Porque el amor era el mismo, en cualquier terreno que se juegue. Porque amanecía con la boca seca de besar. Porque se habían dado tanto amor que el cuerpo les dolía y entonces se dio cuenta que no soñaba sino la pesadilla de lo que el creía el día. Porque era el amanecer el que traía la noche helada. Que aquella felicidad era más real que su tristeza... y ya no pudo distinguir el día de la noche, lo real de lo también real. Y su felicidad pasó a ser su día. Y sus días no tenían noches... ni días. Sus ojos parecían no abrirse tal vez. Todo era lo mismo. La misma felicidad. Lo mismo que lo ya vivido, pero maravillosamente vivo. Y por fin pudieron lograr estar juntos como siempre lo buscaron, amándose cómo nadie. Arremolinándose junto con todos los sueños siempre soñados, con aquellas ilusiones que alguna vez estuvieron esparcidas por ahí, formando nubes de imposible brillantes que eclipsaban los soles más radiantes de cualquier galaxia remota. Dominando el basto universo desde aquella ubicación reservada para las almas gemelas. Para las uniones incomprensiblemente perfectas. Fluyendo en sintonía perfecta con la frecuencia de aquel dios divino que habían creado, y con la que este creo el mundo, sus mundos. Siendo cielo, sol, luna y demás placeres celestiales. Siendo los amos del todo, que nuevamente parecía haber sido creado solo para ellos, y solo por ellos. Latiendo en un solo corazón que era más que la suma de los suyos por separado, dándole vida al todo que formaban, y a todo lo que veían. Justificando todas las cosas. Ya ni sus cuerpos les molestaban al amarse. Durmiendo o viviendo, ya era lo mismo, ya daba lo mismo, cuando se logra lo tan fielmente deseado, la felicidad infinita. El amor eterno que tanto buscaron.